domingo, 9 de octubre de 2011

Un cambio radical

Con ayuda de algunos nativos provenientes de otros estados como Veracruz, Puebla, Guerrero, etcétera, pudimos hospedarnos. Gracias a ellos aprendimos hablar castellano. Nos dedicábamos a la venta de nuestras artesanías.

Los primeros tres años fueron difíciles. Nos seguían discriminando, nos trataban como perros. Mi familia deseaba regresar a nuestro pueblo, al igual que los demás grupos indígenas. Por lo menos, allá teníamos una vida tranquila: nadie nos ofendía.

Por el trato que recibimos al llegar a la ciudad, creíamos que nuestra presencia le repugnaba a toda la gente del Distrito Federal; sin embargo había mestizos que nos aceptaban. Cierto día, llegó una señora elegante, sencilla y muy amable a comprar un jarro de barro y una bolsa tejida a mano. Ella regresó a los pocos días, pero esta vez a ofrecerme trabajo de sirvienta en su casa. Al principio me dio desconfianza. Estaba a punto de rechazar la propuesta, ya que el empleo implicaba irme a vivir con ella. No me sentía muy convencida porque no quería dejar a mi familia. Mi mamá empezaba a enfermar, y mis hermanas comenzaban hacer su vida; por otro lado, no tenía alternativa, pues el dinero ganado en la venta no era suficiente.

Hacía todas las labores domésticas. La señora Panchita solo tenía un hijo, que vivía en Canadá. De vez en cuando iba a visitarla. Con el paso del tiempo me iba teniendo confianza y cariño. Como ella veía las ganas que tenía de superarme, me ofreció estudiar la secundaria y la preparatoria abierta.

En un principio, nadie me aceptaba por ser oriunda de la Sierra Juárez, hasta que encontramos una escuela particular, y con tal de recibir las cuotas no importaba mi origen. Además, asistía cada tercer día y me impartían clases en privado, para evitar conflictos con la gente. A los 25 años había concluido la secundaria y preparatoria. Me faltaba algo muy importante: la universidad. Decidí estudiar la licenciatura en Derecho para poder ayudar a las personas de escasos recursos y, sobre todo, defender nuestros derechos como ciudadanos.

Una y otra vez se iba repitiendo la misma historia de ser rechazada por mi apariencia. Concursaba para toda escuela pública o privada. Esta vez fue más difícil porque nadie me admitía. La señora Panchita no iba a permitir esa injusticia, y la única opción era ofrecerle a la escuela una cantidad generosa cada año. De esa manera, la Universidad Autónoma Metropolitana aceptó. Y eso que su lema dice: “Casa abierta a toda persona, que quiera superarse, sin que importe la raza”. ¡Algo contradictorio!

Estaba muy emocionada al saber que estudiaría una licenciatura. Aunque no me agradó la manera en que fui aceptada, sabía que empezaba una nueva etapa en mi vida. El primer día de clases los alumnos no se me acercaban. A pesar de que ya no vestía mi huipil (blusa de manga corta) y enagua (falda larga y ancha), y aún con el hecho de haber cambiado un poco de apariencia, se notaba mi origen. A causa de eso, los padres de familia hicieron huelga afuera de la universidad, pues no estaban de acuerdo que una india tuviera derecho a una escuela. Para ellos era aberrante que sus hijos estuvieran rodeados de una india mugrosa.

El director tuvo que dar la cara y explicarles por qué fui aceptada. Él argumentó que tenía que respetar el lema de la institución, pero a los padres de familia no les fue grata la excusa. Por tal motivo, hubo quienes decidieron salirse de la universidad para irse a otra pública o privada. Para la escuela no era pérdida, puesto que sabían que contaban con la cuota anual. Lamentablemente, no todos los alumnos tenían la fortuna para solventar una escuela privada, y no les quedó de otra más que seguir estudiando a lado de esa india…

(Final)

3 comentarios:

  1. hola, como te comento buen blog y muy buena historia. Recomendación.

    Tanto mi familia como los demás grupos indígenas, nos queríamos regresar a nuestro pueblo natal. Por lo menos allá teníamos una vida tranquila; nadie nos ofendía. Yo borraría natal pues ya sabemos que es un pueblo del que provienes.



    Cierto día llego una señora elegante, sencilla y muy amable; a comprar un jarro de barro y una bolsa tejida a mano…

    Se que es coma Parentética. llegó con tilde
    Cierto día, llegó una señora elegante, sencilla y muy amable; nos compro un jarro de barro y una bolsa tejida a mano.


    Espero te sirvan mis recomendaciones te espero en mi segunda entrada ok. Suerte

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  2. Hola. Gracias por las recomendaciones ya lo corregí. Espero lo visites de nuevo y ojala te guste. Suerte

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  3. Hay algunas palabras que subordinan y tú les pones punto en vez de coma.

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